29 de junio de 2014
Aida Acitores de la Cruz
«La alteración de la opinión pública es patente y se debe al menosprecio por el saber, por el tiempo de reflexión, por el debate sostenido»
El psicoanalista ofrece su interesante visión sobre la Encuesta de Bienestar del INE, publicada hace unos días
El pasado viernes, 20 de junio, la Encuesta de Bienestar del INE nos entregaba un curioso titular: la satisfacción global de la población con su vida alcanza un notable alto, a pesar del pesimismo general, de la crisis y de los problemas económicos que atraviesan muchas familias. Los encuestados se sentían notablemente satisfechos con su trabajo, su vivienda o sus relaciones personales, mientras que suspendían la confianza en el sistema político y judicial.
Pero, ¿es este resultado un síntoma de recuperación anímica de la sociedad, o tan sólo una estadística más de todas aquellas que tratan de abordar superficialmente un hecho tan sensible como la satisfacción?
El psicoanalista Fernando Martín Aduriz (@fmaduriz) ofrece su visión sobre esta encuesta y el mensaje que encierra su resultado.
¿Considera que la visión pesimista de la sociedad no se traslada al plano individual?
La queja forma parte de la estructura del ser humano que habla. No es coyuntural. La queja apunta a la falta-en-ser. Nos quejamos de esto o de lo otro, pero en el fondo nos quejamos por existir, y además nos quejamos continuamente… de los otros. Pero tras ‘el infierno son los otros’ de Sartre, sabemos que necesitamos a los otros, que como en la metáfora del puerco espín freudiana, se trata de calcular las distancias, muy cerca nos molestamos, pero muy lejos nos añoramos. Lo social se proyecta como en un negativo: por eso hay que desconfiar tanto de quienes creen que ‘todo va mal’ tanto como de los ‘delirantes del todo-va-bien’.
¿O tal vez la opinión pública está alterada y en realidad «no nos va tan mal»?
La opinión pública es el nuevo tirano. Hay que combatirlo. O nos destruirá. La opinión pública se equivoca con rotundidad un día sí y otro también. Y da tanto miedo, se muestra tan terrorífica, que ya nadie de la política osa ir contra ¡la opinión del público! Pero nada nos hace ver que la mayoría del público conforme una opinión pública ilustrada. La alteración de la opinión pública es patente y se debe a ese menosprecio por el saber, por el tiempo de reflexión, por el debate sostenido, por la confrontación, por la dialéctica sostenida y argumentada, en el momento de la sociedad ‘liquida’, a lo Bauman. A la plaza pública han llegado nuevos iluminados que se harán querer por las masas, para finalmente decepcionarlas.
Creo más en la opinión privada y tomada una a una. El paradigma de esto es el lapsus de la presentadora estrella de TVE, Ana Blanco. En la narración de la proclamación del Rey, se dirigió a la nueva Reina en estos términos: «Doña Noticia». Un lapsus para enmarcar. Desde luego es noticia aquello que interesa sea noticia a efectos de alimentar ese monstruo de la opinión pública, al que nadie osa enfrentarse, y al que nadie se atreve a cantarle la verdad, porque se lleva por delante a todo aquel que tenga un pasado, que tenga una mínima mancha en su historial, o que pronuncie enunciados exigentes, o enunciaciones no consensuadas.
Escuchando a las personas mayores te das cuenta de que en comparación con otras épocas, ‘no nos va tan mal’ en algunos aspectos, pero sin embargo la quiebra de los relatos y los consensos les atemoriza, y el sujeto posmoderno está demasiado despistado. Como columnista de opinión desde hace más de una década puedo asegurar que crear opinión lineal es una entelequia, es época de curvas.
Lo social se proyecta como en un negativo: por eso hay que desconfiar tanto de quienes creen que ‘todo va mal’ tanto como de los ‘delirantes del todo-va-bien’
¿Somos un país de conformistas?
España es un país demasiado diferente, demasiado poco hecho, demasiado dividido, tal y como Ortega señaló en su España invertebrada. Por eso de vez en cuando se cansa. Y entonces se conforma. Va a tirones en la historia. Creo entonces que las tres o cuatro últimas décadas incomprensiblemente -ahistóricamente- ha ido acomodándose, tranquilizándose, dejando atrás los sobresaltos, los golpes, los giros bruscos, los tremendismos que tanto daño hicieron en la historia. Y España se dedicó a lo que le gusta: las fiestas, los saraos, las juergas, las vacaciones, las competiciones deportivas, los éxitos deportivos, los viajes para aquí y para allá, a brillar, a deslumbrar al de al lado, a hacer creer que se estaba en un campeonato -pasamos a Francia y a Italia, llegó a decir un Presidente del Gobierno-.
Y el país se miró al espejo y se dijo: me gusta, qué guapo soy, qué carreteras, qué AVE, qué éxitos mundiales. Pero eso sí, a la par y mientras tanto, calladitos, los de siempre, siguieron con el hispano historial de trileros, de tramposos, de asaltadores, de ‘qué hay de lo mío’ que tanto enamoró por estos lares, que tanta gracia hace, que tan bien se ve en el fondo. Y para los más llegó la siesta. Y el ‘que inventen ellos’. Y unos cuanto se pusieron a la tarea y trabajaron mucho, y unos cuantos espabilaron y estudiaron mucho, pero los más se han dedicado a verlas venir, a esperar, a pedir subvenciones, a exigir más y más, a aumentar el absentismo laboral hasta extremos de risa, a aumentar el fracaso escolar hasta extremos de risa, a construir empresas de risa, a aumentar la holgazanería, a imitar a la ‘beautiful people’. La crisis -el robo generalizado- ha hecho despertar de pronto del sueño. Veremos lo que dura.
Suele ser habitual escuchar que alguien cuente que lo que ha contestado en una encuesta está lejos de ser la verdad
Como psicoanalista, ¿qué datos de esta encuesta llaman su atención por los síntomas que revelan de la sociedad?
Lo que las personas nos dicen en un diván forma parte de un discurso muy singular: el de la intimidad sorpresiva de cada uno consigo mismo. Suele ser habitual escuchar que alguien cuente que lo que ha contestado en una encuesta está lejos de ser la verdad. Como cuando un juez relata al psicoanalista fantasías de violencia o criminales, de él, que se supone ha de impedir la violencia y eso muestra su división subjetiva, y su perplejidad, así, el encuestado responde acerca de variables subjetivas como la satisfacción numérica ante su vivienda, el tiempo de que dispone, el sistema judicial o la policía, revelando con ello su modo sintomático de hacer lazo social. Pero la verdad suele estar en otro lado.
Yo mismo, antes de leer a Milner y a Miller su libro “¿Desea Usted ser evaluado?”, y de escuchar a Éric Laurent sus conferencias donde ponía de manifiesto el intento absurdo de construir sociedades felices a partir de las encuestas, contestaba a muchas encuestas diciendo lo que me parecía más políticamente correcto. Ahora declino cortésmente rellenar cuestionarios o dar mi opinión para una encuesta: sé que ya no me es fácil mentirme.
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