Hemos llegado a un límite en el que la penetración de las redes sociales es tal que debemos preguntarnos: ¿Realmente disfrutamos de ellas o es que ya no podemos vivir sin ellas? ¿Hasta qué punto estamos enganchados? Y, si vamos un poco más allá y nos consideramos realmente como los corderitos que somos, ¿hasta qué punto estamos secuestrados y manipulados por estos nuevos canales de comunicación?
14 de mayo de 2014
Como su propio nombre indica, las redes sociales son un entramado de usuarios que interaccionan entre sí de diferentes maneras. El traslado de la vida real a una vida virtual, por así decirlo. Una vida virtual en la que podemos ser otro, o ser una versión mejorada de nosotros mismos. Esto acerca a las redes sociales al concepto de utopía y de super-yo: la posibilidad de tener una vida aparte en la que todo es mejor o, al menos, diferente.
Las redes sociales ya no son un mero instrumento de ocio. A día de hoy ya abarcan todos los ámbitos de nuestra vida. ¿Buscas un trabajo? Las empresas los ofrecen en las redes sociales. ¿No tienes amigos? Tranquilo, en las redes sociales podrás encontrarlos. ¿Te acaba de picar un mosquito? No esperes más y ve a contarlo en tus perfiles.
La importancia de las redes sociales ha ido creciendo a la par que la obsesión de algunos de sus usuarios más vulnerables, véase los adolescentes. Algunos de ellos toman las redes sociales como algo verdaderamente importante y los social media son para ellos motivo de tristezas, alegrías y frustraciones. Sentimientos como el amor, el odio o el rencor son frecuentes dentro de estas redes, llegando a consecuencias imprevisibles entre las que se encuentra el crimen.
En otros casos, la obsesión lleva a los usuarios de las redes sociales a convertirse en esclavos de su propia curiosidad, convirtiéndose en stalkers, personas obsesionadas patológicamente con saber lo todo acerca de la vida de los demás.
Por si fuera poco, las redes sociales se han ido especializando y buscando su target, de manera que ahora casi cualquier usuario puede encontrar la red perfecta para él. Facebook, Twitter, Instagram, Foursquare, Youtube, LinkedIn, Google +… Las posibilidades son infinitas e incluso podemos encontrar redes sociales mucho más minoritarias en las que tribus urbanas o aficionados a diversas temáticas tienen su pequeño paraíso.
Y mientras, uno camina por la calle y se cruza con entes absortos en la pantalla de su teléfono móvil, atentos a las últimas actualizaciones de sus amigos o posteando cualquier tontería sin importancia. Los mismos usuarios que, llegan a casa y abren la página de Facebook o Twitter en el ordenador, por si en el trayecto desde el salón hacia el ordenador alguien ha podido actualizar algo destacable o inventarse un nuevo anglicismo de esos que están tan de moda y son trending topic.
Hay quien dirá que estos comportamientos forman parte de la evolución y del desarrollo del comportamiento humano, que las redes sociales solo ponen las herramientas y las posibilidades para la comunicación humana y que son las propias personas quienes deciden cómo utilizarlas. Se puede creer que estas actitudes son, al fin y al cabo, normales, igual que lo son las del fanático de los automóviles o de las videoconsolas. Pero, ¿dónde empieza la afición sana y dónde la obsesión?
Por otro lado, las redes sociales tienen una capacidad de crear tendencias, de mover a la población y de dictar cuál es el rumbo a seguir que las hacen unos instrumentos potencialmente peligrosos para el desarrollo individual de la persona. Y si algo tienen/tenemos en común aquellos que estamos manipulados cual marionetas por los hilos 2.0 de las redes sociales, es que nunca lo vamos a reconocer. Creemos ser simples usuarios pero, ¿lo somos?
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