En estos momentos existe, por la revolución digital, una evidente ventaja de las grandes empresas para actuar en el sector de los servicios comerciales. Evidentemente esto va a abrir reacciones vinculadas a los pequeños empresarios comerciales en relación con la pérdida de la libertad en el sector. Conviene por eso aclarar esta cuestión porque los economistas se han pronunciado sobre ella.
Uno de ellos, gran economista asturiano, Valentín Andrés Álvarez, señaló cómo, para comprender este fenómeno, conviene diferenciar algo que en español no es igual: la concurrencia y la competencia. No así en inglés, con lo cual surgen más de una vez de ello dificultades para comprender ciertos fenómenos. Chamberlin es quien nos advirtió cómo la libre entrada de muchos competidores imperfectos hace que no se reduzca el precio hasta el suelo del coste marginal, que es sin embargo lo que genera la competencia perfecta. Y respecto al pequeño comercio, en su Curso de Economía Moderna, aclara esto Samuellson, en un epígrafe titulado Las industrias superpobladas, al indicar que «existen muchas ramas de la actividad económica caracterizadas por un excesivo número de empresas, la mayoría de las cuales realizan un reducido número de negocios, permaneciendo en el sector únicamente hasta que pierden su capital. Así, en el comercio al por menor se pueden citar como ejemplo de estos casos las tiendas de comestibles… y otras muchas que requieren un capital inicial pequeño… Pero, ¿cómo es que entran nuevas empresas en estos sectores, siendo así que la mayoría de las existentes sufren pérdidas? Al parecer ello se debe, en parte, a ignorancia… Tales sectores económicos, crónicamente superpoblados, no son necesariamente lo que los economistas llaman de competencia perfecta. Desgraciadamente en la mayoría de los sectores superpoblados, la competencia es totalmente imperfecta. Los pequeños establecimientos, como son productores poco eficientes, no venden muy barato, y en lugar de competir en precios, intentan cobrar unos precios tan altos como sea posible y repartirse sencillamente el mercado.»
Claro que un volumen de empleo tan grande determina una evidente presión sociológica y política cuyos resultados conviene estudiar en el caso de España. Algunos análisis sobre la situación en otros países no deben ser dejados de lado. Como nos indican Matea y Mora, M. Bertrand y F. Kramarz en su artículo Does entry regulation hinder job creation? Evidence from the french retail industry, en Quartely Journal of Economics noviembre 2002, así como Eliana Viviano en su trabajo Entry regulations and labour market outcomes: evidence from the Italian retail trade sector, editado por Economic Research Department del Banco de Italia, Working Paper nº 594, junio 2006: «Cuanto más restrictiva es la política comercial menor es el empleo del sector». Y esto se ratifica con el trabajo de M. Skuterud, The impact of Sunday shopping on employment and hours of work in the retail industry. Evidence from Canada, en la European Economic Review, 2005, donde se proporciona «la evidencia de cómo la relajación de la apertura en festivo en Canadá supuso un aumento del empleo». M. Burda y P. Wil, en el documento multicopiado Blue Laws, de octubre 2005, concluyen que a mayores restricciones de la normativa, «menor es el empleo, los salarios y la productividad del sector». En el caso español, aparte de lo señalado, A.W. Hoffmaister, en Barriers on retail competition and juices: evidence from Spain, WP/06/231/ FMI, 2006, concluye que en España las barreras a la libertad comercial «se traducen en un aumento de los precios». Y también para España, L. Orea, desde esta Universidad de Oviedo, en su The effect of legal barriers to entry in the spanish retail market: a local market approach (Departamento de Economía, mayo 2008) encuentra que, sobre la regulación, «tales limitaciones podrían incluso haber reforzado el poder de las grandes superficies ya establecidas…y en especial de los supermercados, que escapan de las restricciones impuestas a la gran distribución», todo ello basado en un buen trabajo empírico.
Otro trabajo sobre esta cuestión fue el de Ramón Tamames, Informe sobre libertad comercial en España (Ediciones 2010). En él se destaca «que los consumidores, cuando se les pregunta por sus gustos en cuanto a la actividad comercial, apoyan en su mayoría una mayor libertad de horarios», para poder conciliar la vida familiar y laboral. Tras comparar nuestra legislación en este aspecto con la de la Unión Europea, que a partir de la Agenda de Lisboa y la Directiva de Servicios aprobada en 2006, busca la reducción de las restricciones para defender el pequeño comercio, que apenas logra mantener su cuota de mercado, agregando que impulsan estas medidas los precios al alza y la productividad a la baja. Agreguemos la publicación de Juan Sebastián Mora Sanguinetti, Libertad de horarios, pequeño comercio y grandes superficies, en Libros de Economía y Empresa, agosto 2009. También el coordinado por Xavier Montagut y Esther Vivas, Supermercados, no gracias. Grandes cadenas de distribución: impactos y alternativas (Icaria-Antrazyt), que adelanto que, para mí, carece de valor científico. No sucede lo mismo con el dirigido por Fernando Bécker Zuazua y Victoriano Martín Martín, Efectos económicos de la regulación de los horarios comerciales (Dykinson-Universidad Rey Juan Carlos), que analiza las limitaciones normativas a la libertad comercial, en aspectos tales como los horarios comerciales o las restricciones derivadas de la «segunda licencia comercial» -sobre la que volveré-, hasta llegar a la conclusión de que «las restricciones a la libertad de establecer el horario comercial no sólo no han logrado su supuesto objetivo de defender al pequeño formato comercial, sino que además han atentado contra un objetivo económico principal, beneficioso para todos, que es la competencia en el mercado». Por eso, es especialmente conveniente la tesis de la libertad comercial y no el fuerte intervencionismo que en España se abate sobre el sector.
Añadamos que Mora también había publicado sobre esta cuestión un artículo, La reforma del sistema español de defensa de la competencia, en el Boletín Económico del Banco de España, en el año 2008, que nos ha hecho recordar que es preciso tener en cuenta también factores relacionados con «la función de utilidad de una sociedad, como puede ser la labor social del comercio de proximidad o la pérdida de diversidad de los productos». Podría agregarse, de la mano de Röpke, todo un conjunto de mejoras relacionadas con la creación de ambientes menos masificados, pero, como señala el propio Mora, la falta de cuantificación de estos factores dificulta en grado sumo las posibilidades relacionadas con su integración con el resto de las conclusiones que se obtienen de los estudios serios. A mi juicio deben quedar como aquella recomendación que los médicos hacían en las recetas que se entregaba a los boticarios, ya que, después de una serie de cuantificaciones, se agregaba: «Mézclese según arte», pero, desde luego, ese arte no podía, de modo alguno alterar las cuantificaciones. De ahí la importancia del último de estos trabajos, que es el citado de Matea y Mora.
Añádase a esto lo que sobre las autonomías en su intervencionismo en el sector del comercio nos ha señalado el Banco Mundial en una de las ediciones recientes de su publicación Doing Business. Ahí es donde reside un problema importante para la eficacia del sector comercial, no en el intento de proteger ante la competencia de los grandes, los pequeños y medianos establecimientos de ese sector de la economía española.
Juan Velarde – Eleconomista
- Las acciones de AMD caen tras la rebaja de Bernstein - 25 enero, 2023
- Una acción para el rally navideño – GAP - 25 noviembre, 2022
- Los resultados de Activision Blizzard superan las expectativas - 9 noviembre, 2022
Deja una respuesta