En 2023, los fondos de inversión pasiva en EE.UU. alcanzaron los 13,3 billones de dólares, superando por primera vez a los de gestión activa, que cerraron con 13,2 billones. Esto es un gran cambio, ya que en 2015 los fondos pasivos apenas llegaban a los 4 billones, mientras los activos rondaban los 10 billones.
La gestión pasiva es como poner el piloto automático en la inversión: los fondos compran las acciones de un índice y las mantienen según su peso en él. En cambio, la gestión activa es más como un chef eligiendo ingredientes: un experto selecciona las acciones que cree que van a rendir mejor o que pagarán más dividendos.
La inversión pasiva ha ganado terreno gracias a sus comisiones súper bajas, su sencillez (no tienes que preocuparte por si el gestor es bueno o malo) y la comodidad de los ETFs. Este modelo, ideado por John Bogle en los años 70, es el «marca blanca» de las inversiones. Pero, como en el supermercado, no todos están contentos con la popularidad de estas marcas blancas, y ha generado una especie de «pelea de gallos» en el mundo financiero.
Los defensores de la gestión activa no se han quedado callados. Algunos la ven como un tipo de comunismo disfrazado y temen que pueda generar burbujas o incluso dañar al capitalismo. Otros critican que, si las acciones solo se compran por estar en un índice, los incentivos para que las empresas lo hagan bien podrían desaparecer. Aunque, de momento, el mercado sigue castigando a las compañías cuando lo merecen, como ocurrió con Tesla o Apple.
Otro tema que preocupa es la concentración de poder en manos de unas pocas gestoras gigantes, como BlackRock y Vanguard, algo que ya advirtió el propio Bogle en 2018. Si estas tendencias continúan, unos pocos inversores institucionales podrían controlar las grandes empresas de EE.UU., lo que podría tener consecuencias graves en el mercado y la gobernanza corporativa.
También hay preocupación por las burbujas: aunque la inversión pasiva no infla los precios por sí sola, el dinero nuevo que entra en estos fondos sí puede hacerlo, lo que crea un efecto inercial. Las acciones que más suben en un índice son las que más dinero nuevo atraen. Para que una acción suba más que el resto, necesita que otros inversores, como los activos, entren en juego.
En resumen, aunque los miedos sobre la falta de incentivos y la acumulación de poder son en parte teóricos, es claro que la inversión pasiva simplifica el mercado. Las decisiones de inversión se reducen a «sí o no» sobre el riesgo, lo que puede intensificar la correlación entre activos.
Por último, aunque la inversión pasiva ha facilitado el comportamiento en manada, no es algo nuevo. Ejemplos como Cathie Wood y sus fondos ARK, que apuestan fuerte por la tecnología, muestran que el mercado sigue teniendo espacio para apuestas arriesgadas. Pero la verdad es que, como decía Bogle, batir al mercado es muy difícil. El 85% de los fondos activos en EE.UU. no lo logra, lo que explica por qué tantos inversores prefieren la opción más barata y sencilla de la gestión pasiva. Aun así, los gestores activos tienen que demostrar que su trabajo vale lo que cobran, porque sin ellos, el mercado perdería su esencia.
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