En su informe de 4 de enero, JP MORGAN CHASE señalaba que el bitcoin tiene potencial para llegar a los 146.000 dólares en largo (tuvo el detalle de insistir que no sería este año) y que sería el máximo competidor con el oro como activo refugio.
Es indudable que a medida que pase el tiempo, el bitcoin (y el resto de las criptomonedas por extensión) irán entrando en espacios hasta ahora reservados a otros activos financieros, de tal modo que ya se emiten futuros en bitcoin, ya es moneda oficial en un país como El Salvador, o es moneda admitida como pago para algunos bienes, pero por mucho que JP MORGAN, cuyo Presidente Jamie Dimon se despachó hace poco diciendo que el bitcoin era “un poco el oro para tontos” y activo sin valor (“worthless”), quiera vendernos su fondo de inversión basado en bitcoin lanzado este verano y nos diga que alcanzará un valor de 146.000 dólares, es difícil conferir a un activo como éste la calificación de activo refugio o que pueda llegar a serlo en algún momento. No obstante, las relaciones humanas en cualquier ámbito, incluyendo las financieras, están basadas en la confianza y la buena fe, por lo que no sería descartable que en algún momento, bajo el paraguas de la estupidez humana, inversores de todo el mundo buscaran protección a sus inversiones en un activo extremadamente especulativo y carente de valor intrínseco.
Y para eso hay que confiar nuestro patrimonio en uno de los veintiún millones de bitcoin que se emitirán. Veintiún millones, esa es la cifra máxima de bitcoin que circularán por las redes. A 13 de diciembre del año pasado, según datos de Blockchain.com ya se habían minado el 90% de esos veintiún millones de bitcoins que ya están, pues, en circulación en los mercados. Y el último Bitcoin aún tardará en “desenterrarse” unos 120 años, según los cronogramas y las estimaciones de la red en función de las reducciones de recompensas para los mineros. Es decir, como valor escaso y finito en su número, la criptomoneda bien podría jugar un papel equivalente al oro, pero difícilmente puede ser refugio un activo sin respaldo alguno, cuya cotización puede ser llevada a cero (como cualquier otro activo que tenga valor, por otro lado). Podríamos argumentar que el bitcoin puede ser tan duradero como el oro, pero flaco favor le hace a su candidatura como valor refugio que el 20% de los casi diecinueve millones de bitcoins minados hasta la fecha se hayan perdido.
El oro ha funcionado como refugio históricamente porque es un activo tangible, que per se ya tiene unas propiedades y características que le confieren valor. Es innegable que el oro también es escaso y finito (se estima que, al ritmo actual de extracción, queda oro para veinte años sobre las reservas identificadas), pero el metal precioso, casi como la ley de conservación de la energía, ni se crea, ni se destruye, sólo se transforma. Las doscientas mil toneladas de oro que hay en el mundo, extraídas a lo largo más de cinco mil años de múltiples civilizaciones manejando oro, siguen entre nosotros, sin apenas pérdida, en forma de reservas bancarias, de joyas, monedas o en múltiples usos industriales.
Eso es lo que ha conferido al oro la categoría de valor refugio: su valor intrínseco, su permanencia en el tiempo o su usabilidad.
Cierto es que el precio del bitcoin, al igual que el oro, no es controlado por Gobierno o Autoridad ninguna (hasta ahora), pero el bitcoin es a día de hoy, al contrario que el oro, uno de los activos más volátiles y especulativos que existen. Sólo desde 2013, el bitcoin se ha revalorizado un 63.000%, dejando fuera del cálculo valores ofrecidos desde 2010, cuando un bitcoin apenas valía cinco centavos de dólar, mientras que el oro, en ese mismo período lo ha hecho un 25%. El concepto de valor refugio deja fuera las extremas volatilidades, aunque admite la especulación en sí misma,
Es complicado pensar que los tulipanes del siglo XXI, cuya existencia depende una copia de seguridad guardada en un cajón, puedan ser el valor refugio que pueda hacer sombra al oro.
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