A finales de cada año, gestoras y bancos de inversión inundan los correos y las agendas de los periodistas con convocatorias sobre sus perspectivas de inversión de cara al año siguiente. En las que han elaborado para 2019, ha habido dos áreas que han despertado un gran consenso. En renta variable, ese consenso se ha visto en los mercados emergentes, ya que son pocos los que no consideran que éste pueda ser un buen año para estos denostados mercados. En renta fija no hay tantos puntos convergentes, pero sí una idea de fondo que aflora en la mayoría de informes: los sustos que puede dar la deuda corporativa en un contexto de alto endeudamiento, subidas de tipos en los mercados occidentales y desaceleración económica.
El aumento del endeudamiento en estos años, en los que financiarse ha salido gratis teniendo en cuenta la política de tipos al 0% que han llevado a cabo los bancos centrales y esos planes de estímulos monetarios que tanto han celebrado los mercados, lo recoge el Instituto Internacional de Finanzas (IIF) en su último Global Debt Monitor. «La deuda global es hoy tres veces superior a la economía global. Ha experimentado un crecimiento del 3% desde 2017, superando el 318% del PIB en el tercer trimestre de 2018», afirma el IIF en el informe.
Además, destaca el fuerte aumento que se ha producido, ya no solo en lo referente a la deuda pública sino, sobre todo, en la deuda privada que no está en manos de entidades financieras. Hoy la cifra se sitúa en 72 billones de dólares, frente a los 27 billones de hace apenas una década, cuando el estallido de la crisis financiera convirtió a los banqueros centrales en los bomberos que apagarían el fuego que habían provocado los bancos, empaquetando con vistosos colores unos préstamos hipotecarios que eran basura.
Hasta ahora, este tipo de deuda corporativa, al menos la que se emite en mercados occidentales, había tenido la demanda a su favor. Al fin y al cabo, muchos inversores decidieron en su día seguir las indicaciones implícitas de los bancos centrales que pretendían que se produjera un trasvase de activos sin riesgo, y sin rentabilidad con unos tipos al 0%, a activos con riesgo como la deuda corporativa y, por supuesto, la bolsa.
Lo explica muy claramente Jim Leavis, jefe de renta fija minorista de M&G. «Los inversores en gilts (deuda pública de Reino Unido) vendieron sus bonos de Gobierno al Banco de Inglaterra y en su lugar compraron bonos corporativos de alta calidad; de forma similar, los gestores de fondos de crédito añadieron bonos high yield a sus carteras, mientras que los inversores en high yield bajaron un escalón, de la deuda BBB a BB».
El trasvase funcionaba y eso no hizo otra cosa que impulsar el precio de toda la deuda corporativa y, por ende, las rentabilidades que daban al inversor -por ejemplo, según los datos de Morningstar, los fondos de deuda corporativa a nivel global acumulan rentabilidades del 6% anual en los últimos cinco años-.
Pero el contexto en el que se han apoyado dichas rentabilidades -crecimiento económico, y tipos al 0%- ha cambiado y eso está elevando el riesgo y reduciendo la potencial rentabilidad que pueden conseguir este tipo de activos en un momento de normalización de tipos y, como poco, desaceleración económica sino recesión… Por no mencionar que, como explica Leavis, «aunque la Fed no esté vendiendo bonos activamente, su ausencia en el mercado como comprador es muy importante en un momento en que la oferta va a aumentar con toda seguridad (…). El principal comprador ha desaparecido».
Menos compradores
Pero no solo están desapareciendo los «principales compradores, es decir, los bancos centrales, también muchos secundarios. De hecho, según los datos que maneja Bank of America Merrill Lynch, el pasado año salieron un total de 63.000 millones de dólares de fondos de deuda corporativa, lo que le ha llevado a acuñar el término Crexit para definir estos reembolsos en bonos corporativos.
«En 2008, el tamaño del mercado de deuda corporativa era de 2,8 billones de dólares, y los bonos corporativos controlados por las manos fuertes del mercado ascendían a 260.000 millones; es decir, tenían una capacidad de respuesta ante su demanda de liquidez del 10% del mercado. En 2018, el mercado de deuda corporativa alcanzaba los 5,3 billones de dólares y los bonos corporativos en manos de dealers suponían 40.000 millones, es decir, menos del 1% del mercado. Si los bonistas minoristas exigen liquidez inmediata puede producirse un cuello de botella que produciría un flash crash», afirma Alex Fusté, economista jefe de Andbank.
No debe sorprender, por tanto, que según la encuesta de gestores que publica mensualmente Bank of America Merrill Lynch, los impagos en el mercado crediticio se colocan como el cuarto riesgo que más les preocupa, después de la guerra comercial, el endurecimiento de la política monetaria y la desaceleración económica de China, y por delante del Brexit.
«Aunque creo que, por ahora, sigue siendo más momento de entrar que de salir en este mercado más tras la ampliación de los diferenciales que se vieron en 2018 también creo que la próxima recesión sí puede llevarse por delante el mercado de deuda», apunta Rosa Duce, economista jefe de Deutsche Bank en España. Eso sí, si la máxima de cualquier gestor que se precie es siempre la de hacer una selección activa, en este contexto es aún más vital. «La reciente ampliación de diferenciales en crédito podría reabrir oportunidades pero con un enfoque muy selectivo, ya que el endurecimiento de las condiciones financieras, las necesidades de reembolsos y el elevado apalancamiento alcanzado por muchas empresas hace vulnerable esta clase de activos», afirman desde Amundi.
Poca rentabilidad y mucho riesgo
Otra cosa es que al inversor le merezca la pena hacer ese esfuerzo de selección teniendo en cuenta la escasa rentabilidad que encierra este tipo de activos, más allá de las oportunidades puntuales que puedan tener a corto de momento, este tipo de deuda gana entre un 1 y un 3 por ciento en apenas un mes. «El crédito presenta valoraciones más neutrales ahora tras la ampliación de los spreads pero no nos compensa en términos de rentabilidad/riesgo», afirma Joaquín García Huerga, director de estrategia global de BBVA AM. Las previsiones de BlackRock confirman esta visión ya que estiman que un inversor en euros puede obtener de rentabilidad anual los próximos cinco años entre el 3,3 por ciento y el -0,6 por ciento asumiendo, eso sí, volatilidades entre el 3 y el 10 por ciento. «Prefiero tener mi cartera en liquidez y renta variable que en renta variable y renta fija. La renta fija no tiene un perfil rentabilidad/riesgo aceptable», apunta Fernando Luque, editor en España de Morningstar.
Este experto ha identificado, además, el segmento de deuda corporativa de donde pueden venir esas primeras alarmas que tanto teme el mercado: el high yield. Aunque desde el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés) van un paso más allá ya que en su último informe trimestral dicen que la deuda corporativa con calificación BBB la que está justo un escalón por encima del high yield, según la calificación de Standard & Poors «flota como una nube oscura en el mercado. Si esta deuda sufriera una rebaja de recomendación a medida que la economía se debilita, generaría una presión considerable en un mercado que ya puede considerarse bastante ilíquido y, en el proceso, generar un contagio más amplio». Una idea que también comparten desde Fidelity. «Las empresas han aprovechado este entorno favorable para aumentar la oferta de papel y suavizar o eliminar cláusulas de las emisiones, en detrimento de los inversores. Del mismo modo, los títulos high yield en el segmento BBB podrían sufrir rebajas de sus calificaciones a medida que decaigan los beneficios», apunta Maurin Dropkin, responsable de deuda corporativa de la gestora.
Este cambio de perspectiva para el mercado de crédito se ha dejado notar en la demanda y ya ha obligado a muchas empresas a retrasar sus planes en lo que a emisión de deuda se refiere. Y no solo en la pata de deuda high yield (sinónimo amable para identificar a los bonos basura) sino en todo el mercado de crédito. De hecho, en el conjunto de 2018, las colocaciones de bonos, tanto con grado de inversión como la conocida como deuda basura, alcanzaron a nivel global los 1,34 billones de dólares, lo que supone tan solo un cuarto de la cantidad registrada un año antes y su peor marca desde 2011, según los datos de Refinitiv.
Fuente: Eleconomista
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