El ser humano tiene una tendencia innata a llevar las cosas al extremo. Esta característica define nuestra naturaleza. Nos movemos de calificar algo como bueno a considerarlo excelente, y de excelente a malo, sin detenernos a pensar que existe la posibilidad de medias verdades o que las situaciones pueden ser mucho más complejas de lo que parecen. En los tiempos actuales, el que opina diferente se convierte en nuestro principal enemigo, al día siguiente en objetivo a batir, para terminar siendo acosado hasta anularlo o cancelarlo. En tiempos de desempleo, algunos piensan que la mejor solución es culpar a los empresarios y sus beneficios excesivos, como si no tuviéramos otras opciones disponibles.
Todo esto ocurre porque tendemos a ser excesivos, llevando las cosas al extremo y generando modas cada vez más efímeras y radicales. Nos encontramos inmersos en un debate eterno entre la gestión activa y la pasiva, como si una opción pudiera reemplazar completamente a la otra, cuando en realidad son complementarias y pueden coexistir.
Es mucho más fácil categorizar las cosas como buenas o malas, sin tener en cuenta los matices o realizar un análisis más profundo. Algunos simplemente afirman que los fondos pasivos son excelentes y los fondos activos son mediocres, sin considerar que la eficacia de cualquier instrumento financiero depende del uso que se le dé y de los objetivos que se quieran alcanzar. Guillermo de Occam sostenía que la explicación más sencilla suele ser la más probable, pero para llegar a esa explicación necesitamos plantear las preguntas adecuadas y no simplificarlas de manera arbitraria.
Las cosas pueden ser sencillas en su esencia, pero rara vez son simples. Los extremismos y la crispación a largo a plazo no benefician a nadie.
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