Nadie puede quejarse de que la Reserva Federal de Estados Unidos no esté lanzando billones de dólares a la economía nacional y mundial para hacer frente al impacto económico de la pandemia del coronavirus. Y parece ser suficiente en este momento, combinado con un estímulo fiscal sin precedentes y una ralentización de las infecciones en muchos lugares, para estabilizar los mercados financieros y mantener el flujo de crédito.
De lo que la gente sí puede quejarse, sin embargo, es de que los responsables de la política monetaria del banco central de Estados Unidos no hayan actuado antes de una manera más audaz. Las actas de las dos reuniones de emergencia de marzo publicadas la semana pasada nos dan una idea de por qué no lo hicieron.
Fed: ¿Dónde está la alarma o la empatía?
Incluso en la segunda reunión vía videoconferencia del 15 de marzo, cuando estaba cundiendo el pánico en los mercados y la gente ya no podía ir a trabajar —lo que llevó al Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) a recortar los tipos de interés de referencia un punto porcentual completo del 0,25% al 0%, tras haberlos recortado ya medio punto el 3 de marzo— tuvo lugar esta asombrosa declaración:
«Algunos participantes señalan que las medidas de política monetaria del comité con respecto al rango objetivo y el balance podrían interpretarse como malas noticias sobre las previsiones económicas».
¿En serio? ¿Le iban a preocupar a la gente las previsiones económicas porque la Fed ha recortado los tipos de interés un punto porcentual cuando las salas de urgencias de los hospitales están desbordadas, los médicos juegan a ser dios asignando los respiradores disponibles para determinar quién vive y quién no y toda la economía global está bloqueada?
Evidentemente, los responsables de la política monetaria de la Fed tienen una percepción exagerada de su propia importancia si piensan que lo que están haciendo frente al tsunami económico marca alguna diferencia en los temores de la gente. Lo que falta en las últimas actas, que se expresan en el mismo lenguaje burocrático seco de todas las actas, es cualquier sensación de alarma o empatía.
Otro tanto ocurre con la comparecencia del 9 de abril del presidente de la Fed, Jerome Powell, que destacó las otras medidas que la Fed estaba tomando como prestamista de último recurso en un discurso bastante seco. Todas estas medidas son útiles y, a diferencia de la interrupción de la implementación de los programas gubernamentales de ayuda a las empresas, podrían ser más inmediatas en surtir efecto. Al menos Powell mostró cierta compasión humana, expresando su gratitud a los proveedores de primera línea, así como al personal trabajador de la Fed.
Estados Unidos agradecerá en retrospectiva que la Fed finalmente haya dado un paso adelante para apoyar la economía y los mercados financieros y, presumiblemente, proporcionará el mismo apoyo para la recuperación. Lo que podría desconcertar a los participantes del mercado es por qué tardaron tanto y en qué tipo de burbuja viven los responsables de política monetaria que dudan si emplear todos los medios cuando es evidentemente necesario.
BCE: Ausencia de un liderazgo audaz
La situación ha sido quizá aún peor en el Banco Central Europeo (BCE). Powell puede mantener a bordo a los 10 miembros con derecho a voto del FOMC mucho más fácilmente que la presidenta del BCE, Christine Lagarde, que tiene que poner de acuerdo a los 25 miembros del Consejo de Gobierno.
Tras la lamentable actuación de Lagarde en la primera reunión de emergencia del BCE el 12 de marzo al comentar imprudentemente que no era asunto del banco central reducir los márgenes de rendimiento de los bonos gubernamentales, se esforzó en la reunión del 18 de marzo en relanzar el programa de compra de activos y presionó para eliminar los límites autoimpuestos a las compras de los emisores individuales para proporcionar más apoyo cuando fuera necesario.
Sin embargo, «algunos miembros» dudaron en comunicar la ausencia de límites. «Se recordó que estos límites eran una de las salvaguardias para garantizar que el Consejo de Gobierno actuara sin exceder las competencias de su cargo», rezaban las actas.
«Además, ahora mismo parecía haber suficiente margen de evolución del universo de las adquisiciones para evitar una discusión prematura sobre el posible levantamiento de estos límites, lo que podría implicar un mayor riesgo de percibirse como cada vez más cercano a la financiación monetaria».
Hay informes fiables de que el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, y el presidente del banco central holandés, Klaas Knot, tienen sus dudas, entre otros. Son Alemania y los Países Bajos los que están destrozando a la Unión Europea a nivel político con su ciega negativa a reagrupar la deuda, por lo que no es de extrañar que estos sean los países que lastren la respuesta de política monetaria del BCE.
El BCE ha esquivado la cuestión de los límites al colocarle a los 750.000 millones de euros de nuevas compras de activos la etiqueta de Programa de Compras de Emergencia Pandémica, dotándolo de más flexibilidad que el programa habitual. Esto ha permitido a Lagarde hablar vagamente sobre el compromiso «sin límites» del BCE con la moneda única con la evidente esperanza de que esto pase a la historia junto con el comentario de su predecesor Mario Draghi de «lo que sea necesario».
Draghi, por su parte, ha publicado en el Financial Times una columna que reprende la falta de empatía de las actas de la Fed y del BCE, así como una solución radical a la economía post-pandemia que da al término «sin límites» cierto fundamento.
«La pandemia del coronavirus es una tragedia humana de proporciones potencialmente bíblicas», escribía el expresidente del BCE, y viene acompañada de «un enorme e inevitable coste económico». Para proteger la capacidad productiva que de otro modo se perdería en una oleada de impagos, Draghi —que a diferencia de Powell y Lagarde es economista de formación y banquero central de profesión— dice que los Gobiernos deben absorber los impagos, cancelando la deuda de forma efectiva.
«El desafío al que nos enfrentamos es cómo actuar con suficiente fuerza y velocidad para evitar que la recesión se transforme en una depresión prolongada, agravada por una plétora de impagos que provoquen un deterioro irreversible», escribe Draghi.
Lagarde, que no gestionó adecuadamente el Fondo Monetario Internacional (FMI) durante la crisis del euro en beneficio de Alemania y Francia y en detrimento del sur de Europa, desestimó la propuesta de Draghi como «impensable», lo que demuestra una vez más la ausencia de un liderazgo audaz en el segundo banco central más importante del mundo.
Es poco probable que haya una reacción de «fuerza y velocidad suficientes» —al menos a nivel europeo— ante la falta de eficiencia del Consejo de Gobierno del BCE y las dudas de los líderes políticos de la UE.
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