El episodio de ABENGOA vivido la semana pasada personalmente me ha hecho reflexionar sobre el andamiaje con el que tenemos construido el sistema financiero actual a nivel global. No hablo ahora de la mala gestión de la compañía, o de una estructura societaria y financiera opaca que asustaba (recuerdo que ya hace muchos meses analistas técnicos, que no fundamentales, como el ínclito Eduardo Bolinches, avisaban de la peligrosidad de la compañía en este sentido). Yo hablo del brutal, porque no tiene otro nombre, nivel de apalancamiento alcanzado por la compañía y su entramado de sociedades. Hablo de la perversión de un sistema que permite financiar, refinanciar, y volver a financiar empresas y estados con unos múltiplos fuera de toda lógica, si la lógica de su concesión es la del retorno último del capital prestado. ABENGOA es una empresa privada, y acabará cayendo o sus acreedores sucumbiendo a unas quitas enormes para que dentro de cinco años resuelvan liquidar la compañía. Y aunque sea una empresa privada y el ser humano tenga propensión a etiquetar y clasificar las cosas, como deuda pública y deuda privada, la deuda es dinero, dinero que se mueve por los circuitos financieros a nivel global, como la deuda de los estados. Sin ir más lejos, el eterno episodio de la deuda griega hace que nos planteemos seriamente una cuestión que es de suma importancia y que en mi opinión hará cambiar el modelo económico en el que se mueve el mundo financiero occidental.
Observando y analizando los niveles de deuda (pública y privada) que han alcanzado la mayoría de las economías desarrolladas, las cifras arrojan unos saldos que son, lisa y llanamente, impagables. Podemos enmascarar las palabras como queramos, pues el diccionario nos brinda vocablos suficientes para decir las cosas de otra manera, de tal modo que no nos sintamos agobiados por los hechos, pero las cosas son como son, y por mucho que lo enmascaremos, los niveles de deuda alcanzados por casi todas las naciones (EEUU, Japón, China, España….), han dejado ya de ser un problema, para convertirse en el comienzo de un nuevo modelo. Porque esos niveles de deuda son impagables, y la máquina de hacer dinero de los estados sólo genera más deuda para pagar deuda, ese es un monstruo, un Leviatán, que nos va a engullir, y si no lo ha hecho ya, es porque aún no se ha decidido pulsar la tecla de «reinicio». Porque dar al botón de “reinicio” es duro y muy complicado, de modo que estamos asistiendo desde el año 2008 a un borrado de la deuda difuso y gradual. Hacen caer “empresas-estado”, elaboran planes de contingencia para evitar que las “too big to fail” hagan saltar el sistema por los aires (sistema que ya ha saltado a mi juicio), hacen caer las bolsas mundiales para sacar el dinero del bolsillo de los ahorradores…, Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal, Chipre … por quedarnos en Europa. ¿Han reventado el sistema por fascículos, o me lo parece?.
En países como EEUU, el 1% de la población acapara más del 80% de la riqueza, y esa riqueza ha de moverse, y se mueve, como no puede ser de otro modo, en los circuitos financieros internacionales, dinero apalancado e invertido en productos de deuda y otra serie de instrumentos que han alimentado este Leviatán especulativo. Pero llegará un momento en el que no podamos seguir aumentado la deuda. De hecho, según la producción científica, niveles superiores al 80% de deuda sobre PIB, suponen rebasar el llamado tipping point, o dicho de otro modo, el punto de no retorno. Si estamos hablando que las grandes economías mundiales hace tiempo que han superado ese nivel… basta con un simple ejercicio de los de “entonces si….”. Sí, yo entiendo que nos movemos en un mundo sumergido en deuda en el que llegará el momento en que, desgraciadamente, digamos que la deuda no puede ser pagada y habrá que comenzar un nuevo ciclo, desde cero. Y esos inversores, sufrirán, porque habrán de aceptar que la espiral no da para más vueltas, que su cien por cien de capital garantizado se ha convertido en un veinte por cien y gracias. .
Y digo desgraciadamente porque la civilización occidental, desde hace más de dos mil años, está basada en el principio de buena fe y, por tanto, entre otros usos prácticos de la buena fe está el que las deudas están para pagarlas. Cuando alguien presta dinero es porque, con independencia de las garantías que lleve aparejada la operación, confía en que el deudor va a devolver el dinero prestado al precio convenido y en el plazo pactado.
Pero queramos o no, ese principio de buena fe no va a servir para devolver el Leviatán. No nos queda otra que matar al monstruo y enterrarlo.
Buen trading.
Mario de Angeles
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