Me ha parecido genial y sorprendente la última película de Woody Allen, Blue Jasmine, donde a sus 78 años nos deja una profunda reflexión sobre la mentira, la ignorancia consciente y la corrupción.
Cate Blanchet está sublime en el papel principal, de esa mujer que ha sido esposa de un hombre muy rico y corrupto y que un día de la noche a la mañana se encuentra sin nada. Es curioso que los grandes actores de Hollywood trabajen para Woody por mucho menos que su cachet habitual y además se impliquen en los personajes de una forma tan profunda, a modo de ejercicio artístico, frente a los papeles más comerciales que les ofrece habitualmente la industria.
Puedo hablar horas sobre Woody Allen pero quiero destacar cómo me ha recordado esta cinta, salvando las distancias, otra gran obra de madurez, con una trama hitchckoniana, “La última oferta” de otro gran director, Giussepe Tornatore, que se se ha podido ver este mismo año.
Ambas obras son para mí lo mejor que me llevo del cine de 2013, hondas reflexiones de dos directores ancianos que tratan sobre el engaño, con la profundidad y la serenidad que les da la experiencia. En la cinta del italiano me metí de lleno en el personaje de Virgil Oldman y llegue a entenderle a la perfección; ese hombre excéntrico y solitario al que un día se le aparece una bella joven y la vida le da una segunda oportunidad, al igual que le ocurre a Jasmine en la película de Allen que es además un guiño a la obra más conocida de Tennessee Williams.
En las películas comerciales de Hollywood los personajes son buenos o malos y al final casi siempre las historias acaban bien, pero en las obras de arte, como en la vida, los seres humanos no son nunca perfectos, tienen muchos matices. Jasmine y Virgil no están exentos de culpa, de pecado, ambos son corruptos porque han robado o han callado. ¿Se han forjado su destino con sus actos?. En las dos tramas no creo que haya determinismo, sino que los personajes están tan metidos en su mundo que no pueden ver más allá de sus narices. Son seres que viven una vida de mentiras y tienen lo que se merecen la vida les devuelve lo que ellos han dado y, sin embargo, son tan humanos que uno siente hacía ellos mucha piedad, comprensión y ternura.
Y en el fondo, en el sentido de la vida de estos dos personajes, subyace el mensaje de la moral, de la ética. La ética se tiene o no se tiene, no hay medias tintas. En este país estamos tan acostumbrados a la corrupción y a la mentira que son parte de la composición del aire que respiramos, pero aunque el Gobierno, basado en la mentira en mi opinión, las empresas, sindicalistas, banqueros, la familia real y tantos otros, se vayan librando, aquí hablamos de algo muy distinto: del nivel íntimo y personal. No se puede vivir una vida digna sin ética ni sin principios y mucho menos basada en la mentira; no se puede bajar la guardia, porque, al final, la vida te lo devuelve y te da tu merecido, en forma de locura, engaño o de vacío absoluto.
Hay que escuchar con atención la voz de estos dos sabios y ancianos directores que en los últimos años de su vida nos alertan de lo que nos espera si afrontamos la vida sin ética y sin principios. Es la voz de los que han vivido y nos transmiten su sabiduría: merece la pena escucharla.
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