Hace tiempo que, gracias a la inestimable intervención del ser humano, el planeta Tierra no es el mismo. Avanza cabizbajo, mutilado y acalorado hacia un futuro incierto, respirando dificultosamente los venenos que nuestras industrias envían a su atmósfera, viendo como su flora y su fauna desaparece o tiene que evolucionar para adaptarse a un medio y a unos compañeros de mundo cada vez más hostiles y preocupados por sí mismos.
Los avances tecnológicos no han servido en la mayoría de los casos sino para seguir atendiendo a los intereses de los más grandes: empresas petroleras, compañías de gas, fabricantes de automóviles, industrias químicas y un largo, larguísimo etcétera, se han visto favorecidas económicamente por la explotación de energías contaminantes fósiles.
Pero, quizá llegue un momento en que la situación ya sea insostenible, si no lo es ya. El agujero de la capa de ozono, el deshielo de los polos, la rabiosa deforestación o la contaminación ambiental son problemas que si no se solucionan pueden dar al traste con el mundo conocido. Desde hace muchos años han surgido nuevas tecnologías e industrias más limpias (y baratas) que apostaban por las energías renovables y el desarrollo sostenible. Pero, ya sabemos qué intereses se han interpuesto siempre en su camino. ¿Cómo podrían afrontar las petroleras que triunfaran los más baratos y económicos coches eléctricos? Simplemente, no podrían.
Mi juguete, “La Tierra”
La solución, algunos grupos de poder, la han hallado en la geoingeniería. La geoingeniería se basa en el desarrollo de técnicas y tecnologías que puede modificar las condiciones climáticas de la Tierra. Es decir, busca cambios a escala planetaria que combatan desde la raíz el calentamiento global, la contaminación…etc.
Ejemplos de geoingeniería podrían ser la reforestación con árboles artificiales, la refrigeración de las nubes para enfriar la atmósfera, la fertilización de las superficies marinas o incluso el uso de escudos o reflectores espaciales que reflejen la luz del sol, disminuyendo la cantidad de rayos ultravioleta que llegan a nuestro planeta.
Sin querer ser pájaros de mal agüero, ya sabemos lo que suele pasar cuando se juega a ser dioses y se experimenta con algo tan poderoso y fuera de control como es la propia naturaleza de nuestro planeta. Este tipo de tecnologías a tan gran escala podrían tener consecuencia impredecibles e inesperadas en el medio, incluso habiéndolas testado antes en superordenadores o en trabajos de laboratorio exhaustivos. Por decirlo de otra manera, parece muy fácil que la situación se vaya de las manos y la solución termine siendo peor que el problema.
Por no hablar de las inversiones económicas que habría que realizar tan solo para poner en marcha estas investigaciones a nivel planetario, no digamos para establecer estas tecnologías definitivamente y mantenerlas activas. Y por supuesto, ¿quién nos dice que esta geoingeniería no vaya a estar muy pronto sometida también a los intereses de los grupos poderosos? ¿Alguien lo duda?
Dentro de unos años fertilizarán los mares, enfriarán y calentarán la atmósfera a su antojo, habrá el clima que la geoingeniería quiere que haya y grandes máquinas aspiradoras de dióxido de carbono harán el trabajo sucio de las plantas. Y mientras, nosotros seguiremos con tarifas de energía desorbitadas, pagando precios elevadísimos por nuestra gasolina y observando desde la ventanilla de nuestro coche las fábricas del polígono industrial humeando sabe dios qué gases de la muerte hacia el cielo. Pero oye, tranquilos que los de arriba están jugando a ser dioses.
Fernando Tablado
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