En ‘Stalker’ (1979), la película de culto del genio ruso Andrei Tarkovski, los stalkers eran una especie de exploradores que se encontraban en La Zona, un lugar en el cual se estrelló un meteoro y que ahora es capaz de cumplir los sueños de las personas que logran alcanzarlo. Sin embargo, para alcanzar el lugar de los sueños, los peregrinos deben hacer frente a las caprichosas leyes que rigen La Zona, unas leyes que ponen a prueba a los peregrinos de tal manera que solo pueden alcanzar su meta recurriendo a las cualidades (o poderes) de los stalkers.
Aunque los stalker de la película de Tarkovski no existen en la realidad, al menos no en ese contexto, sí que están de alguna manera relacionados con los stalkers en nuestra sociedad actual. Y es que hoy en día el término stalker se está haciendo cada vez más popular, aunque estos stalkers actuales, lejos de actuar como guías o exploradores, actúan más bien como espías y observadores de las exploraciones de terceros, con las redes sociales como aliadas.
Por definir el concepto de una manera sencilla, se ha comenzado a denominar stalkers a aquellas personas obsesionadas con espiar y y observar a los demás a través de las redes sociales. La tecnología y la evolución nos han permitido estar en contacto desde cualquier lugar con cualquier otra persona del planeta pero, ¿cómo puede volverse esta posibilidad en contra de nosotros mismos? Los stalkers son un ejemplo de ello.
¿Quién podrían considerarse un stalker? La mayoría de las personas que usan las redes sociales tienen ciertos comportamientos de stalker, ya que saber qué hacen los demás es la base sobre la que se asientan las redes 2.0. Sin embargo, como todo en esta vida, todo tiene un límite y ese límite se traspasa cuando llegamos a la obsesión. Los profesionales definen al stalker como la persona que alcanza un grado de curiosidad patológico.
Obsesión por saber qué hacen nuestros amigos, o nuestra pareja, obsesión por seguir todas las actualizaciones de nuestros contactos, o incluso saber qué hacían o dónde estaban hace unos años. La obsesión puede llegar a límites aún mayores, hasta el punto de espiar a amigos de amigos, añadir a gente solo para espiar a terceros o controlar las horas a las que se conecta otra persona. Incluso se ha empezado a dar un fenómeno, que es el de los stalkers profesionales, auténticos espías que han convertido su obsesión en materia de intercambio, es decir, que pueden llegar a comercializar con la información que consiguen.
Y parece que el síndrome stalker, como ya se le ha dado a llamar, crecerá sin freno gracias a la saturación de información de la que disponemos en internet. Ahora también en pequeñas porciones de la vida de otros. En tuits, en actualizaciones de Facebook o en sus fotos de Instagram. Cualquier red social es buena para convertir nuestra vida en La Zona, una vida regida por las caprichosas leyes de la curiosidad y de las redes sociales.
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